Industrias Creativas: ¿Estado o Mercado?


Desarrollo de Industrias Creativas ¿Estado o Mercado?

El desarrollo de las Industrias Creativas es deseable para la producción de nuevas ideas e innovación dentro de una sociedad. Para esto es necesario determinar el sistema que sea más eficiente en propiciar la proliferación de iniciativas productivas de carácter artístico o cultural, que generen propiedad intelectual. 

Dada la importancia de la libertad en este proceso el mercado se sugiere primero como la mejor, pero empíricamente este tipo de industrias se tienden a relacionar más con políticas públicas de las que se encarga el Estado. 

A continuación, se expondrán algunos razonamientos con respecto a este tema. 

Se podría decir que los productos o servicios generados por las industrias creativas se suelen comportar como “bienes públicos”. De acuerdo con la teoría económica, este tipo de bienes son los que, por definición, cuentan con dos condiciones: la no rivalidad (que el consumo de una persona no afecta al consumo simultáneo de otra persona) y la no exclusividad (que es difícil excluir del consumo a alguien que no haya pagado por consumir el bien). El resultado de esto es que existen beneficios sociales que el productor no pueda interiorizar de forma privada a través del cobro de un monto concreto por el consumo del bien. 

Para entender mejor esta situación pongamos el caso de un bien cultural como una canción en comparación con un “bien privado” como lo es una camisa. 

La canción es un producto de la creatividad de un artista y por ende es su propiedad intelectual, pero cuenta con las características de no rivalidad porque dos personas pueden estar disfrutando la canción sin rivalizar en el consumo entre ellos, mientras en el caso de la camisa es difícil pensar que dos personas la vayan a estar “consumiendo” simultáneamente sin afectar el consumo de la otra persona. 

Por otra parte, para el caso de la no exclusividad, al productor de la camisa se le hace más fácil excluir del consumo de su producto a quién no está dispuesto a pagarle el precio solicitado. De esta forma el que no pague por la camisa no va a poder disfrutar de ella. En el caso del artista, es más difícil lograr esta situación ya que una vez que la canción ha sido lanzada públicamente al mercado, es más difícil controlar que solo las personas que pagan sean las que la disfruten. 

Lo anterior es relevante porque una condición para que los mercados funcionen es que existan los mecanismos adecuados para una “correcta” asignación del precio de los bienes. Esto porque los precios cumplen un rol de transmitir información entre los agentes que interactúan en el mercado. 

En presencia de bienes públicos, se generan externalidades que distorsionan la asignación de precios, lo que a su vez termina determinando el comportamiento de tanto oferentes como demandantes. Es decir, se puede estar en presencia de una “falla de mercado”.

Volviendo al ejemplo anterior, existe una distorsión en el mercado de bienes creativos porque una persona que dedique recursos de tiempo, dinero e ingenio en producir una canción va a tener mayores dificultades para monetizar el fruto de su trabajo que una persona que dedique, hipotéticamente, los mismos recursos para producir un bien privado. 

Se podría llegar a un escenario en el que, según dicta la teoría, haya un nivel de producción artístico por debajo del nivel de equilibrio debido al menor incentivo para producirlos. 

A esta falla de mercado se le busca dar solución con sistemas en los que se defina mejor los derechos de propiedad por medio de patentes, derechos de autor y registro de propiedad intelectual, entre otros (Segal & Whinston, 2012); lo que crea una situación de “Teoría del Segundo Mejor” (sugiere que en una situación en la que existen variaciones con respecto al óptimo de Pareto, al eliminar una de ellas hay una mejora en la eficiencia asignativa).

Lamentablemente, la medida anterior no pareciera ser suficiente para garantizar la rentabilidad del sector y fomentar su desarrollo.

Históricamente, estas externalidades han sido el argumento para justificar la intervención gubernamental (Brownstein, 1980), por lo que las industrias culturales sobre todo las relacionadas más directamente con el arte, siempre han estado muy respaldadas por políticas públicas, pero también se debe de analizar el efecto de estas acciones.

La intervención del Estado distorsiona el proceso de asignación adecuada de recursos de las siguientes formas: 

  1. Al dedicar recursos públicos para apoyar a un producto cultural en particular, en detrimento de otros (cada decisión económica implica un costo de oportunidad) le está ahorrando pasar por los filtros impuestos por el mercado en los que hubiese tenido que demostrar que contaba con lo necesario para “conectar” con los consumidores, provocando utilidad en ellos. Un producto que logra pasar estos filtros sin necesidad de un subsidio demuestra que puede ser suficientemente rentable porque ha logrado captar a un público que está dispuesto a pagar para consumirlo.
  • Además, al ofrecer un bien subsidiando al consumidor, el Estado emite un mensaje que distorsiona la percepción del mercado de los verdaderos costos del bien, es decir del precio al que debería ser transado sin subsidio. Por ejemplo, al ofrecer festivales de música de forma gratuita, lo que termina sucediendo es que se crea la ilusión de que estos bienes culturales no son suficientemente “valiosos” como para pagar por ellos, lo que se ve reflejado en la disposición de participar de este tipo de eventos cuando son organizados de forma privada, incluso por el propio artista, por ejemplo. 

Me gustaría concluir los razonamientos presentados en este texto con unas opiniones normativas con respecto a la forma en la que la Economía Creativa debería de desarrollarse en un sistema de sociedad y sobre cuál debería ser el grado de intervención por parte del Estado.

  • Se deben de incentivar las actividades orientadas a la educación en ramas creativas. Una sociedad más culta logra apreciar mejor la creación artística generada, lo que implicaría un aumento en la demanda por este tipo de bienes que a su vez estimularía la oferta y de esta forma se estarían potenciando los beneficios sociales del consumo de arte y cultura de los miembros de un país. Esto sin partir de una imposición, sino de un esquema en el que se busque alinear de forma más eficiente los incentivos entre los productores de bienes culturales y los potenciales consumidores. 
  • La intervención de las autoridades gubernamentales debería centrarse en establecer condiciones favorables en las industrias creativas para que las iniciativas privadas que sean competentes en términos de inventiva, originalidad y que reflejen mejor la identidad colectiva sean las que se lleven a cabo. De esta forma el rumbo cultural es determinado por la suma de decisiones realizadas por cada miembro de la sociedad en un ambiente de libertad de pensamiento y de expresión y, sobre todo, de respeto por la libertad del prójimo. 

Es importante notar que parte de la utilidad generada a partir de una producción artística es el disfrute de quién la consume, entonces al definir que un producto logre posicionarse por mecanismos de mercado, se maximiza el bienestar de la sociedad colectiva porque se promueve que las iniciativas que realmente se lleguen a dar son las que el mayor número de personas va a disfrutar con mayor intensidad.

  • Que se reflejen explícitamente los costos de la realización de eventos de índole cultural, artístico o creativo; mediante el cobro de una entrada. Si se da el caso de que como política pública se va a subsidiar el consumo de parte de la población que por motivos económicos no puede acceder a estos eventos, entonces que se establezca un sistema de vouchers que brinden una igualdad de oportunidades en el acceso a la cultura de toda la sociedad. Estos vouchers podrían ser entregados por solicitud del interesado, sin requisitos ni restricciones.
  • Simplificación de trámites e incentivos fiscales para que iniciativas creativas de arte u otras disciplinas innovadoras, que sean socialmente deseables, puedan formalizarse y cuenten con las condiciones adecuadas para poder emprender y formar encadenamientos productivos sólidos.