De acuerdo con la teoría de Marx, existen 3 tipos de valor económico:
- El valor de uso: La función que cumple determinado bien. Es decir, los zapatos nos sirven para calzarnos y proteger nuestros pies al caminar.
- El valor de cambio: La cantidad de valor que se puede dar a cambio de un bien en particular. Ejemplo: la cantidad de piezas de pan que le pueden dar a un zapatero a cambio de un par de zapatos.
- El valor-trabajo: En este caso, este autor clásico hace referencia a la cantidad de trabajo socialmente necesario para poder producir un bien dado un nivel de tecnología determinado. En otras palabras, las horas de su trabajo que debe invertir el zapatero en producir un par de zapatos.
El marco teórico anterior puede que esté ampliamente superado por la teoría económica posterior a su planteamiento, pero nos permite realizar un sencillo ejercicio mental para tratar de entender la dificultad en asignar valor económico al arte.
Pongamos como ejemplo, una pieza de arte musical.
Al analizar el valor de uso que pueda tener una canción, nos encontramos con la dificultad que esta evaluación puede ser profundamente subjetiva.
Nuestra canción favorita nos aporta un gran valor o incluso aquellas canciones que nos llevan a episodios particularmente especiales de nuestras vidas. Sin embargo, definitivamente esto varía mucho entre las personas, según sus gustos musicales, experiencias vitales o simplemente afinidad de temáticas.
En el caso del valor de cambio, lo podríamos tener incluso un poco más complicado.
Aunque afortunadamente como sociedad hemos inventado un recurso que facilita la intermediación en el intercambio de bienes y servicios (el dinero), esto no es suficiente debido a la tremenda subjetividad del valor de uso del arte y su carácter intangible.
Finalmente, tenemos el valor-trabajo, y aquí sí podemos casi rendirnos en nuestro esfuerzo de tratar de normalizar la asignación de valor a las canciones.
Para ilustrarlo, podemos recordar la anécdota en la que Bob Dylan estaba en un café de Paris con Leonard Cohen y le preguntó que cuánto había tardado en escribir su canción Hallellujah a lo que este le respondió que aproximadamente 7 años. Cohen entonces le preguntó a Dylan que cuánto le había tomado escribir Just Like a Woman, y la respuesta de este último fue: “Aproximadamente 15 minutos en el asiento de atrás de un taxi”.
Por lo que podríamos concluir de que el tiempo requerido para generar cada una de estas canciones no es el mejor indicador de calidad de la canción, sino que simplemente recalca las diferencias en el proceso creativo entre ambos autores.
Definitivamente la mayoría de nosotros puede estar de acuerdo de que el arte es extremadamente valioso para la sociedad, pero sin duda valorarlo en términos económicos no es una tarea sencilla y esto puede dificultar la forma en la que los artistas monetizan su trabajo.